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RAPHAEL

  • Foto del escritor: Beatriz Galiano
    Beatriz Galiano
  • 15 sept 2018
  • 2 Min. de lectura

Siempre quise que mis dibujos sobre él tuvieran vida, como la que Raphael se deja cada vez que sale al escenario. No hubiera sido justo pintarlo de otra manera. Por eso me entrego sin reservas, porque de otra forma no lograría mi objetivo de retratar al artista que me lo da todo cantando. Lo pinto como si sintiera que debo devolverle algo: algo de su aliento, algo de su respiración, algo de su cansancio de cantarle a las estrellas. Cuando los conciertos tocan a su fin, cuando nos dice a su público que nos ama con la fuerza de los mares y el ímpetu del viento, a punto ya de levantarme, tengo siempre la mala conciencia de que por su generosidad me llevo de él más de lo que me pertenece. Pinto a Raphael como si saldara una deuda con él.


Hoy pasó ante mis ojos el lamento que atravesó los tiempos, su balada de la trompeta. Y me detuve asombrada al ver cruzarse los caminos entre el cine y el teatro, el actor y el cantante. Se movía, se agitaba, se dolía por un pasado que murió… Mi reto fue pintarlo nada menos que en un sollozo -¡un sollozo de Raphael!-, oírlo en un quejido lacerante que se clava como a martillazos de su voz, persistente, como si estuviera martirizada. Es su voz, pero azotada, en el difícil prodigio artístico de convertir en hermosa una tortura. Canta flagelado por una ausencia… Y yo me he querido dejar en jirones de color un instante eterno lleno de ayes y suspiros, una imagen para la historia. Raphael no tiene precio, pero algo digo yo que habré podido pagar lo que él merece como artista.


Beatriz Galiano




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